Artículo de Joaquín Cénit Palomares
¿POLÍTICA PARA “IDIOTES”? No, gracias
No resulta extraño escuchar en el lugar más recóndito de cualquier pueblo o ciudad, siempre que se tercia, manifestaciones en contra de la forma de hacer las cosas por parte de los políticos municipales, de nivel autonómico o nacional. También los hay que se pronuncian a favor, pero esos son los menos. Ocurre con todos los gobiernos. Lo habitual es que esas manifestaciones vayan acompañadas de sus correspondientes insultos y descalificaciones personales.
De no ser por esto último y en muchos casos, por la falta de un conocimiento real del problema, me parecería de lo más natural. Entre otras razones porque resulta muy difícil, por no decir imposible, imaginar una persona en sus cabales, que sea totalmente indiferente a lo que pasa a su alrededor. Que le dé igual si las calles o los caminos están en mejor o peor estado. Si el pueblo o la ciudad están limpios o se acumula la basura por doquier. Si funciona correctamente el transporte público. Si suben los impuestos. Si las obras públicas se eternizan. Si faltan plazas en las guarderías y… un largo etc. de índole autonómico y nacional.
Este deseo innato generalizado de querer intervenir en lo público, en aquello que nos afecta porque además es de todos, desde mi modesto entender, debería ser tenido en cuenta por nuestros representantes y, en estos tiempos de crisis, con mucha más razón. No me parece descabellado, sino todo lo contrario. Estoy absolutamente seguro de que escuchando las opiniones de muchos, a lo mejor se encontraba alguna solución para determinados asuntos. Siempre se ha dicho que ven más cuatro ojos que dos.
Conste que esto que estoy insinuando no es ningún invento mío, ni por supuesto nada disparatado. Desde hace más de 2.500 años ya se practicaba. Estoy hablando en concreto de la antigua Grecia. Con cierta regularidad y, sobre todo, cuando se presentaba algún problema colectivo, los hombres libres se reunían en la plaza pública (Ágora le llamaban ellos) y hablaban cuanto era necesario hasta que se encontraba una solución.
De aquella manera de hacer las cosas derivan algunas palabras, utilizadas de forma un tanto equívoca en la actualidad y por supuesto ignorando su origen. Una de ellas es la palabra “política”. La “polis” de los griegos era el equivalente a nuestra ciudad actual. A la preocupación por solucionar los problemas que se derivaban de vivir en la polis, se le conocía con el nombre de “política”. Esa noble actividad, que para algunos resulta en la actualidad poco recomendable, era de lo más natural en aquella época. En la búsqueda de soluciones a los problemas colectivos participaban la gran mayoría, por no decir todos los ciudadanos (políticos). Aparcando si era necesario los asuntos particulares. A los pocos que no intervenían se les conocía con el nombre de “idiotes”. En griego “idios” es lo propio, lo particular. Por tanto, aquellos que solo se preocupaban de lo particular recibían ese tratamiento, derivando con el paso del tiempo hacia el actual idiota.
También deriva del griego y de su manera de hacer política la palabra democracia. Grosso modo, “demo” en griego quiere decir “pueblo” y “cracia” equivale a gobierno. Por tanto democracia significa gobierno del pueblo. En la actualidad, a algunos se les llena la boca con esta palabra, pero en realidad no es el pueblo quien gobierna, lo hacen en su nombre los líderes de determinados partidos. Para ser exactos, a la nuestra habría que llamarle partitocracia.
Estas nociones semánticas, que sin lugar a dudas resultan muy elementales para el nivel de conocimiento actual, en la práctica se ejercitan en muy escasa medida. Por desgracia, para el común de los ciudadanos, la participación política se limita hoy en día, al momento puntual de elegir a los representantes cada cuatro años y con eso ya estamos despachados. A ese gesto mínimo de participación, hay quien le llama “fiesta de la democracia”. ¡Menudo paripé! La democracia debe ser bastante más y no se salda solo con votar o colocarse la etiqueta de demócrata.
Baste con un ejemplo: no hace mucho tiempo, sobre el papel, se decía que España era una democracia orgánica. Actualmente vivimos en una democracia parlamentaria. La “democracia” del primer ejemplo, o mejor dicho la dictadura, era lo que era. A pesar de existir un abismo entre una y la otra, la actual es manifiestamente mejorable. Es más, se hace precisa una profunda regeneración para semejarse a ese “gobierno del pueblo” que en teoría debe ser.
Sin ninguna duda, la verdadera democracia tiene que ser mucho más participativa y cuanto más directa, mejor. Pero para que esto sea posible se deben de cumplir una serie de requisitos. El mínimo necesario pasa porque los poderes públicos faciliten los cauces de participación a los ciudadanos.
De la misma manera que no es posible un elemental desarrollo económico, si los gobiernos no contribuyen con una buena infraestructura viaria; de igual forma, no se puede decir que vivamos en una verdadera democracia, si no existen vías de participación que se encarguen de recoger las opiniones e inquietudes de todos.
Soy consciente de lo incomprensible y difícil que esto puede resultar a la gran mayoría, acostumbrados como estamos desde siglos a entender la política como tarea de unos pocos. Por ese vicio de siglos, además de la regeneración a la que antes hacía alusión, se hace necesario un esfuerzo colectivo para dignificar la “política”, desprestigiada en parte por el comportamiento de algunos políticos profesionales. Conste que nadie está obligado a participar para mejorar lo público, faltaría más. Si se conforma con lo que hay, santas pascuas. Lo contradictorio del caso es que se hagan críticas y no se aporten soluciones, o no se encuentre la manera de que éstas lleguen a los representantes. Esa falta de vías para la participación regular de los ciudadanos, es una de las mayores carencias de nuestra democracia. Por tanto, debería ser uno de los primeros objetivos a conseguir por cualquier gobernante que se precie de demócrata, y por supuesto de todos aquellos que aspiran a ejercer como ciudadanos responsables. Lo contrario es condenarnos a vivir en la idiotez más profunda, en el sentido originario del término.
Este mensaje tiene unos destinatarios claros: nuestros actuales gobernantes y la ciudadanía en general. También vale, como no, para consumo interno. Si UPyD quiere ser una alternativa diferente, debemos fomentar la participación de todos, promoviendo y potenciando esas vías de partición a que antes se hacía alusión. Bajo ningún pretexto debemos consentir que, por comodidad ó por el desconocimiento de que esto debe ser así, las decisiones se tomen sin la máxima participación y los debidos controles, por parte de una minoría, por muy listos que resulten. No digo que esto se esté dando en la actualidad, yo al menos lo desconozco. Lo que sí tengo claro es que si no ponemos todos los medios para que esto sea así desde el principio, estaremos contribuyendo por exceso o por defecto a que se produzca un nuevo fraude.
1 comentarios
Muy buen artículo.
"... la verdadera democracia tiene que ser mucho más participativa y cuanto más directa, mejor. "
"Si UPyD quiere ser una alternativa diferente, debemos fomentar la participación de todos, promoviendo y potenciando esas vías de partición a que antes se hacía alusión. Bajo ningún pretexto debemos consentir que, por comodidad ó por el desconocimiento de que esto debe ser así, las decisiones se tomen sin la máxima participación y los debidos controles(...)"
Impecable.
"No digo que esto se esté dando en la actualidad, yo al menos lo desconozco."
Aquí hay alguien que parece que habla con bastante fundamento:
Carta abierta a Rosa Díez (por Javier Gom)
Y, por cierto, Gorriarán lo tiene claro.
Saludos.
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